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French to Spanish: Luciano Pavarotti General field: Art/Literary Detailed field: Music
Source text - French Luciano Pavarotti, el tenor italiano
LE MONDE | 06.09.2007 16:13 * Actualizado el 06.09.2007 | 16:13
“Es consciente de que va a morir muy pronto y, al hablarnos, repite con frecuencia que su mayor deseo es reunirse con sus padres y alcanzar al fin la paz.” De este modo se expresaba su hija Giuliana para la revista Diva e Donna, después de que se le hubiese extirpado una “masa pancreática maligna” en el verano de 2006. Un año más tarde, el nueve de agosto, Pavarotti ingresaba en el hospital de Módena a causa de lo que la prensa italiana definió como una “neumonía”. El jueves seis de septiembre, el apodado “rey del contralto” y una de las estrellas más legendarias de la historia de la ópera, moría en su casa. Tenía 71 años.
Los problemas de salud de Pavarotti comenzaron en el año 2005 y afectaron a los comienzos de su gira mundial de despedida. De los más de cuarenta conciertos inicialmente programados, varios hubieron de suspenderse. Según sus allegados, a causa de “una operación para aliviar los dolores en la parte baja de su espalda”.
La operación fue un éxito, según aseguraba un comunicado, “pero el Sr. Pavarotti sufrió posteriormente una infección durante su estancia en el hospital”. En aquel momento nadie creyó estas explicaciones y muchos pensaron más bien en problemas vocales.
Este reciente padre septuagenario (abuelo por otra parte), casado en segundas nupcias con Nicoletta Mantovani, colaboradora suya desde años atrás, contestaba así a las preguntas de Le Monde sobre su retiro programado: “Llevo casi cuarenta y cinco años recorriendo los escenarios líricos. ¿Es posible que cambie de opinión en el último momento? No lo creo, porque el motivo principal es que quiero ver crecer a mi pequeña hija Alice. He estado enamorado anteriormente en mi vida pero, sin ofender a mis otras tres hijas ni a mi ex esposa, es la primera vez que siento algo así. Mi alegría en adelante es cuidar de ella”. Para muchos amantes del arte lírico que habían adorado la voz luminosa de este inmenso artista, era más que hora de que se retirara, sobre todo si se tiene en cuenta que en los últimos años su carrera había perdido buena parte de su brío. Supuestamente su despedida de los escenarios iba a tener lugar en 2002, en la Ópera Metropolitana de Nueva York (también llamada el Met, en la que había actuado casi cuatrocientas veces desde 1968), ante un público que se había desprendido de unos cuantos miles de dólares para presenciar esa noche de gala y en la que Pavarotti anunció ,en el último instante, que tenía gripe.
VERDI Y PUCCINI
En aquella ocasión, Joseph Volpe, director del Met, desaprobó públicamente sus maneras al ausentarse. Los principales medios de comunicación hicieron de ello sus titulares, reprochándole al tenor el no haberse tomado siquiera la molestia de grabar un mensaje o de personarse en la escena, aunque solo fuera por unos instantes. Cuanto más que aquella representación debía emitirse a través de una pantalla gigante situada en la plaza del Lincoln Center. Sin embargo Volpe organizará más tarde tres representaciones especiales de Tosca que permitirán a Luciano Pavarotti despedirse oficialmente, el 13 de marzo de 2004, de los escenarios neoyorquinos que tanto le han adulado. Tanto como siguen adulando al tenor español Plácido Domingo, otro favorito del Met.
Pavorotti y Domingo fueron dos grandes estrellas del canto que no tenían nada en común: Domingo tiene más de ciento veinte papeles en su haber, entre los que se encuentran creaciones contemporáneas. Es jefe de orquesta, director de las óperas de Washington y de Los Ángeles, arriesga mucho y sin que ello afecte a su salud vocal. Mientras que Pavarotti se habrá limitado a interpretaciones del bel canto italiano y a papeles en obras de Verdi y de Puccini hechas a su medida.
Tanto es así que Pavarotti, atendiendo a una polémica acerca de su capacidad para leer la música, aprovechó la ocasión que se le brindaba para rendir un sincero homenaje a su colega en las páginas del Figaro del 22 de julio de 1997: “Es cierto que no soy músico, que no profundizo. La partitura es una cosa y el canto es otra. Lo importante es tener la música en la cabeza y cantarla con todo el cuerpo. Cualquier otra cosa el recitar solfeo. No soy un músico como Plácido Domingo, que hasta puede dirigir una orquesta”.
Herbert Breslin, antiguo mánager de Luciano Pavarotti, publicó en 2005 un libro escrito en colaboración con Anne Midgette, nuestra colega del New York Times, en el que ataca frontalmente al que durante muchos años fuera su principal cliente. Con burla y con maldad, a menudo injusta, El rey y yo (título tomado de una comedia musical de Rodgers y Hammerstein) denuncia y caricaturiza las excentricidades del tenor: los tapones de corcho quemados para teñirse el pelo y la barba, sus infidelidades matrimoniales, sus manías gastronómicas y sus caprichos faraónicos.
BAÑOS DE MULTITUDES
Abundando en estos últimos, en el libro explica que, con ocasión de una gira por Japón, el Met se vio obligado a fletar un avión cargado de vituallas y cocineros para atender a su estrella Pavarotti. Mientras que este, ante el temor de no encontrar suficiente comida a su gusto, amenazaba con suspender las representaciones.
Breslin también desvela la pasión desmedida que su cliente tenía por las multitudes, y los entresijos de la aventura de “Los Tres Tenores”, que, ya desde sus inicios en 1990, se convertiría en el proyecto de música clásica más lucrativo de todos los tiempos.
Pavarotti, al igual que su padre, panadero en Módena y también tenor, aprende música de manera instintiva. De él afirmaba: “Vio su sueño hacerse realidad en mí, y hasta estaba un poco celoso. ¡Creía que su voz era más bella que la mía! Solo me felicitó después de trece años de carrera. Antes de eso, me comparaban con Gigli, Caruso, Di Stefano... Mi padre era muy famoso. Recuerdo una vez -estando yo en el hospital- la puerta se abrió y alguien dijo, señalándome: ‘Este es Luciano, ¡el hijo de Pavarotti!’”.
Profesor durante año y medio, el cantante abandona el oficio porque le fuerza a hablar y puede arruinar su voz. Gana un concurso cerca de Reggio Emilia y comienza su carrera doblando a tenores famosos.
El 15 de septiembre de 1961, canta por vez primera una ópera que va a convertirse en su obra fetiche, La bohème, de Puccini. De aquellos inicios guarda el recuerdo de la visita que le rindió el el gran tenor Tito Schipa (1888-1965) en su camerino. En el Figaro Magazine del 26 de junio de 1993, declara: “Me quedé estupefacto al ver a aquel hombre, posiblemente el tenor más grande de todos los tiempos, presentarse ante mí para decirme: ‘Me gustó mucho cómo habéis cantado esta noche. Sois muy joven. Escuchad siempre a todos pero no dejéis de cantar tal como acabáis de hacerlo’. Para mí, el mensaje estaba muy claro: debemos aprender a escuchar a los demás pero sin dejar de ser nosotros mismos”.
En 1963, con 27 años, sustituye a otro tenor legendario, Giuseppe di Stefano, de nuevo en La bohème, y llama la atención del jefe de orquesta Richard Bonynge y de su esposa, la soprano Joan Sutherland, ambos especialistas en el bel canto. Ella recordaba, en 1979, su primera impresión, para Time Magazine: “Era totalmente increíble: una resonancia fabulosa, la textura del sonido y ¡qué tesitura!, ¡qué aplomo!”. Bonynge lo contrata por catorce semanas en Australia. Allí, lejos de los escenarios europeos, Pavarotti tiene la oportunidad de observar de cerca la técnica legendaria de la soprano y de sacar buen provecho de ella.
Herbert von Karajan se fija en él y lo contrata para grabar La bohème, junto a la soprano italiana Mirella Freni, su amiga de la infancia. Sus interpretaciones se van a imponer de inmediato como referentes. Pero es sobre todo con Joan Sutherland con quien va a practicar el repertorio del bel
canto. Según los expertos, su voz era la propia del “enamorado”: ágil, clara pero bien proyectada. Demostrando prudencia, no es antes de la cincuentena, que se atreve con papeles más graves, como el de Otelo, de Verdi. No lo cantará en el escenario, sino en concierto, acompañado de la Orquesta Sinfónica de Chicago y de su jefe de orquesta Georg Solti.
FOLCLORE Y LEYENDA
Cuando conoce a su primera esposa, Adua, en 1953, Pavarotti era más bien un “chico guapo, atlético” y aficionado al fútbol; con los años irá cogiendo esos kilos suplementarios que forman parte de su folclore y de su leyenda. Amante de las buenas viandas y de las comilonas entre amigos, luchará toda su vida contra un sobrepeso que le obligará, en repetidas ocasiones a lo largo de su carrera, a no moverse apenas sobre el escenario. De hecho en el Met habían ideado para él unas puestas en escena ajustadas a sus necesidades, en las que se mantenía casi inmóvil, como en el caso de la de La Tosca de Puccini, producida por Franco Zeffirelli. En París sufrirá un pequeño accidente durante un representación: al sentarse en un silla, la aplasta ante una sala que estalla en carcajadas... al igual que el propio tenor.
Por la calle, iba siempre protegido por un gran fular Hermès; en concierto, cantaba siempre con un pañuelo blanco en la mano; el “tenorissimo” adoraba las revistas del famoseo y se prestaba gustoso a que le fotografiaran junto a un plato de verduras hervidas a la vez que aseguraba, para la entrevista, estar dispuesto a adelgazar varias decenas de kilos...
Mas a pesar de sus excesos, de su aspecto de caricatura a lo Fellini que ocultaba al verdadero Pavarotti, sigue siendo el gran y mítico tenor de la segunda mitad del siglo XX, de lo que da fe su rica discografía, para aquellos que no lo escucharon sobre la escena, comercializada por Decca.
Aunque algunos han querido ridiculizar esta carrera, ejemplar a pesar de los excesos de sus años finales, grandes músicos rinden a Pavarotti el mayor respeto. Así, el director de orquesta Carlos Kleiber respondía a una pregunta del mensual Le Monde de la Musique, que preparaba una edición especial en homenaje a “Big Luciano”, con estas palabras: “Cuando Luciano Pavarotti canta, el sol brilla sobre la tierra”.
Renaud Marchart
Translation - Spanish Luciano Pavarotti, tenor italiano
LE MONDE | 06.09.2007 16:13 * Actualizado el 06.09.2007 | 16:13
«Es consciente de que va a morir muy pronto y, al hablarnos, repite con frecuencia que su mayor deseo es reunirse con sus padres y alcanzar al fin la paz». De este modo se expresaba su hija Giuliana para la revista Diva e Donna, después de que se le hubiese extirpado una «masa pancreática maligna» en el verano de 2006. Un año más tarde, el nueve de agosto, Pavarotti ingresaba en el hospital de Módena a causa de lo que la prensa italiana definió como una «neumonía». El jueves seis de septiembre, el apodado «rey del contralto» y una de las estrellas más legendarias de la historia de la ópera, moría en su casa. Tenía 71 años.
Los problemas de salud de Pavarotti comenzaron en el año 2005 y afectaron a los comienzos de su gira mundial de despedida. De los más de cuarenta conciertos inicialmente programados, varios hubieron de suspenderse. Según sus allegados, a causa de «una operación para aliviar los dolores en la parte baja de su espalda».
La operación fue un éxito, según aseguraba un comunicado, «pero el Sr. Pavarotti sufrió posteriormente una infección durante su estancia en el hospital». En aquel momento nadie creyó estas explicaciones y muchos pensaron más bien en problemas vocales.
Este reciente padre septuagenario (abuelo por otra parte), casado en segundas nupcias con Nicoletta Mantovani, colaboradora suya desde años atrás, contestaba así a las preguntas de Le Monde sobre su retiro programado: «Llevo casi cuarenta y cinco años recorriendo los escenarios líricos. ¿Es posible que cambie de opinión en el último momento? No lo creo, porque el motivo principal es que quiero ver crecer a mi pequeña hija Alice. He estado enamorado anteriormente en mi vida pero, sin ofender a mis otras tres hijas ni a mi exesposa, es la primera vez que siento algo así. Mi alegría en adelante es cuidar de ella». Para muchos amantes del arte lírico que habían adorado la voz luminosa de este inmenso artista, era más que hora de que se retirara, sobre todo teniendo en cuenta que en los últimos años su carrera había perdido buena parte de su brío. Supuestamente su despedida de los escenarios iba a tener lugar en 2002, en la Ópera Metropolitana de Nueva York (también llamada el Met, en la que había actuado casi cuatrocientas veces desde 1968), ante un público que se había desprendido de unos cuantos miles de dólares para presenciar esa noche de gala y en la que Pavarotti anunció, en el último instante, que tenía gripe.
VERDI Y PUCCINI
En aquella ocasión, Joseph Volpe, director del Met, desaprobó públicamente sus maneras al ausentarse. Los principales medios de comunicación hicieron de ello sus titulares, reprochándole al tenor el no haberse tomado siquiera la molestia de grabar un mensaje o de personarse en la escena, aunque solo fuera por unos instantes. Cuanto más que aquella representación debía emitirse a través de una pantalla gigante situada en la plaza del Lincoln Center. Sin embargo Volpe organizará más tarde tres representaciones especiales de Tosca que permitirán a Luciano Pavarotti despedirse oficialmente, el 13 de marzo de 2004, de los escenarios neoyorquinos que tanto le han adulado. Tanto como siguen adulando al tenor español Plácido Domingo, otro favorito del Met.
Pavarotti y Domingo fueron dos grandes estrellas del canto que no tenían nada en común: Domingo tiene más de ciento veinte papeles en su haber, entre los que se encuentran creaciones contemporáneas. Es jefe de orquesta, director de las óperas de Washington y de Los Ángeles, arriesga mucho y sin que ello afecte a su salud vocal. Mientras que Pavarotti se habrá limitado a interpretaciones del bel canto italiano y a papeles en obras de Verdi y de Puccini hechas a su medida.
Tanto es así que Pavarotti, atendiendo a una polémica acerca de su capacidad para leer la música, aprovechó la ocasión que se le brindaba para rendir un sincero homenaje a su colega en las páginas de Le Figaro del 22 de julio de 1997: «Es cierto que no soy músico, que no profundizo. La partitura es una cosa y el canto es otra. Lo importante es tener la música en la cabeza y cantarla con todo el cuerpo. Cualquier otra cosa es recitar solfeo. No soy un músico como Plácido Domingo, que hasta puede dirigir una orquesta».
Herbert Breslin, antiguo mánager de Luciano Pavarotti, publicó en 2005 un libro escrito en colaboración con Anne Midgette, nuestra colega del New York Times, en el que ataca frontalmente al que durante muchos años fuera su principal cliente. Con burla y con maldad, a menudo injusta, El rey y yo (título tomado de una comedia musical de Rodgers y Hammerstein) denuncia y caricaturiza las excentricidades del tenor: los tapones de corcho quemados para teñirse el pelo y la barba, sus infidelidades matrimoniales, sus manías gastronómicas y sus caprichos faraónicos.
BAÑOS DE MULTITUDES
Abundando en estos últimos, en el libro explica que, con ocasión de una gira por Japón, el Met se vio obligado a fletar un avión cargado de vituallas y cocineros para atender a su estrella Pavarotti. Mientras que este, ante el temor de no encontrar suficiente comida a su gusto, amenazaba con suspender las representaciones.
Breslin también desvela la pasión desmedida que su cliente tenía por las multitudes, y los entresijos de la aventura de «Los Tres Tenores», que, ya desde sus inicios en 1990, se convertiría en el proyecto de música clásica más lucrativo de todos los tiempos.
Pavarotti, al igual que su padre, panadero en Módena y también tenor, aprende música de manera instintiva. De él afirmaba: «Vio su sueño hacerse realidad en mí, y hasta estaba un poco celoso. ¡Creía que su voz era más bella que la mía! Solo me felicitó después de trece años de carrera. Antes de eso, me comparaban con Gigli, Caruso, Di Stefano… Mi padre era muy famoso. Recuerdo una vez —estando yo en el hospital— la puerta se abrió y alguien dijo, señalándome: "Este es Luciano, ¡el hijo de Pavarotti!"».
Profesor durante año y medio, el cantante abandona el oficio porque le fuerza a hablar y puede arruinar su voz. Gana un concurso cerca de Reggio Emilia y comienza su carrera doblando a tenores famosos.
El 15 de septiembre de 1961, canta por vez primera una ópera que va a convertirse en su obra fetiche, La bohème, de Puccini. De aquellos inicios guarda el recuerdo de la visita que le rindió el gran tenor Tito Schipa (1888-1965) en su camerino. En Le Figaro Magazine del 26 de junio de 1993, declara: «Me quedé estupefacto al ver a aquel hombre, posiblemente el tenor más grande de todos los tiempos, presentarse ante mí para decirme: "Me gustó mucho cómo ha cantado esta noche. Es muy joven. Escuche siempre a todos pero no deje de cantar tal como acaba de hacerlo". Para mí, el mensaje estaba muy claro: debemos aprender a escuchar a los demás pero sin dejar de ser nosotros mismos».
En 1963, con 27 años, sustituye a otro tenor legendario, Giuseppe di Stefano, de nuevo en La bohème, y llama la atención del jefe de orquesta Richard Bonynge y de su esposa, la soprano Joan Sutherland, ambos especialistas en el bel canto. Ella recordaba, en 1979, su primera impresión, para Time Magazine: «Era totalmente increíble: una resonancia fabulosa, la textura del sonido y ¡qué tesitura!, ¡qué aplomo!». Bonynge lo contrata por catorce semanas en Australia. Allí, lejos de los escenarios europeos, Pavarotti tiene la oportunidad de observar de cerca la técnica legendaria de la soprano y de sacar buen provecho de ella.
Herbert von Karajan se fija en él y lo contrata para grabar La bohème, junto a la soprano italiana Mirella Freni, su amiga de la infancia. Sus interpretaciones se van a imponer de inmediato como referentes. Pero es sobre todo con Joan Sutherland con quien va a practicar el repertorio del bel canto. Según los expertos, su voz era la propia del «enamorado»: ágil, clara pero bien proyectada. Demostrando prudencia, hasta cumplida la cincuentena no se atreve con papeles más graves, como el de Otelo, de Verdi. No lo cantará en el escenario, sino en concierto, acompañado de la Orquesta Sinfónica de Chicago y de su jefe de orquesta Georg Solti.
FOLCLORE Y LEYENDA
Cuando conoce a su primera esposa, Adua, en 1953, Pavarotti era más bien un «chico guapo, atlético» y aficionado al fútbol; con los años irá cogiendo esos kilos suplementarios que forman parte de su folclore y de su leyenda. Amante de las buenas viandas y de las comilonas entre amigos, luchará toda su vida contra un sobrepeso que le obligará, en repetidas ocasiones a lo largo de su carrera, a no moverse apenas sobre el escenario. De hecho en el Met habían ideado para él unas puestas en escena ajustadas a sus necesidades, en las que se mantenía casi inmóvil, como en el caso de la de La Tosca de Puccini, producida por Franco Zeffirelli. En París sufrirá un pequeño accidente durante una representación: al sentarse en una silla, la aplasta ante una sala que estalla en carcajadas… al igual que el propio tenor.
Por la calle, iba siempre protegido por un gran fular Hermès; en concierto, cantaba siempre con un pañuelo blanco en la mano; el «tenorissimo» adoraba las revistas del famoseo y se prestaba gustoso a que le fotografiaran junto a un plato de verduras hervidas a la vez que aseguraba, para la entrevista, estar dispuesto a adelgazar varias decenas de kilos…
Mas a pesar de sus excesos, de su aspecto de caricatura a lo Fellini que ocultaba al verdadero Pavarotti, sigue siendo el gran y mítico tenor de la segunda mitad del siglo XX, de lo que da fe su rica discografía, para aquellos que no lo escucharon sobre la escena, comercializada por Decca.
Aunque algunos han querido ridiculizar esta carrera, ejemplar a pesar de los excesos de sus años finales, grandes músicos rinden a Pavarotti el mayor respeto. Así, el director de orquesta Carlos Kleiber respondía a una pregunta del mensual Le Monde de la Musique, que preparaba una edición especial en homenaje a «Big Luciano», con estas palabras: «Cuando Luciano Pavarotti canta, el sol brilla sobre la tierra».
Renaud Marchart
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Translation education
Graduate diploma - Traducción profesional francés
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Years of experience: 7. Registered at ProZ.com: Sep 2016.
Aunque de origen español, emigré siendo muy pequeña a Francia (París). Allí tuve la suerte de aprender el idioma y conocer de primera mano la cultura francesa. Al regresar a España no perdí contacto con esta y mi interés me ha llevado a seguir leyendo su literatura y a mantener al día de la actualidad gala. He visitado varias veces Francia desde entonces, procurando conocer mejor su realidad.
También he residido en Inglaterra (Londres) durante tres años por lo que traduzco del inglés tanto como del francés al español.
Mi formación en informática me capacita para trabajos relacionados con las nuevas tecnologías: diseño y alojamiento de páginas web, localización y edición para imprenta. Por otro lado mis aficiones me atraen hacia temas tan diversos como el arte, la naturaleza o la pedagogía.
Mi pasión por los idiomas y la cultura me han llevado a formarme como traductora, uniendo así inclinación natural y oficio.