VUELVA CUANDO TENGA LA NOVELA ACABADA
“Los ingrávidos” es la primera novela de la mexicana Valeria Luiselli. ¡Cómo me gustan las óperas primas! Con toda su frescura y su densidad –siempre hay mucho para decir en una primera novela, siempre hay la sombra de que podría ser la última.
Cansada de la “prosa lírica” y de las novelas, doy la bienvenida a esta novela de ciento cuarenta páginas que se lee como quien lee un esquema. Nada más sugerente. Lejos de los juicios morales, Luiselli esboza muchos temas, pero siempre a través de la anécdota.
La trama no es especialmente original, ni sorprende. Una cinta de Moebius, una Continuidad de los Parques, una solución inteligente. Un juego de fantasmas, como la vida de cualquiera que tenga pasado. Pero la novela viene de las entrañas y se nota. Y la trama sirve para construir una atmósfera y tocar unos temas que van directo a los cimientos de cualquiera que tenga vida. No es una muestra de virtuosismo técnico, ni un ejercicio inteligente pero vacuo. Es una novela de ficción, pero en esto se parece tal vez más a un poema o a una canción: no hay que rascar casi nada para encontrar que habla de uno.
La forma: oblicua, anecdótica, desnuda, fragmentaria (aunque la autora no esté de acuerdo). Fragmentaria como la memoria, como los ratos de que dispone una madre para escribir, como la vida de quien ha emigrado más de una vez.
Las referencias: presentes con naturalidad. Nada qué ver con esos autores que embuten sus referencias con calzador. O que dicen “sonaba Close to me" como si eso bastara para evocar en el lector lo mismo que la cancioncita evoca en el autor. Ah, pero nombra a Hemingway y a Jarmusch en un homenaje sin más, como quien pone la foto de su cantante favorito en la pared, para que la vean. Como quien va por la vida con una camiseta de Nirvana. Hay también más de un poeta. De hecho, hay un poeta que es también narrador. Pero eso ya no es referencia, es otra cosa. (Iba a usar 'epígono' e 'intertextualidad', pero dice mi hermana que no diga palabrotas). Es la inspiración para crear un personaje que cobra vida y se vuelve narrador. Es un posicionamiento con un tal Gilberto Owen.
Los temas y la atmósfera, eso es lo que me conmueve. Hay la comprobación dura y certera de que el tiempo pasa y nos pone en algún sitio, irrevocable, inevitablemente. (Hay una mujer que constata, con nostalgia pero sin lamentación, que ya no puede desaparecer porque alguien la espera en casa. Hay un poeta que constata como, sin mediar su voluntad, está desapareciendo). Hay la eterna tentación de la suplantación de la identidad. Hay la reflexión, oblicua, micro-ensayística, sobre el carácter de la ficción e incluso sobre el propio estilo. Hay humor. Al leerla también me pregunté si había compasión, y si tenía que haber compasión en una novela. Y creo que no. No. Compasión es algo de tener, no de decir. La clemencia con la ex amante que se pinta el pelo de rojo, con la criolla que se cree un diamante en bruto, con el marido que fisgonea en los escritos, en fin, toda piedad que creamos necesaria, la podemos poner nosotros, los lectores.
Los ingrávidos es un ejercicio de valentía y de concisión. Me imagino a más de un conservador opinando Vuelva cuando tenga la novela acabada. Es inteligente sin posturas. Y sí, es inclemente y breve: como la vida misma.